13 de dezembro de 2016

El desastre educativo de la región, Andrés Oppenheimer





MIAMI.-Los resultados de las nuevas pruebas internacionales PISA de estudiantes de 15 años deberían hacer sonar campanas de alarma en toda América latina: muestran que el 63% de los estudiantes de la región carece de habilidades básicas en matemáticas, y en algunos países ese porcentaje llega al 91%.

El desastre educativo de la región
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Estos nuevos datos son un recordatorio de que la educación debería convertirse en el tema central de la agenda política latinoamericana. En una economía global impulsada por la innovación en la que las matemáticas, las ciencias y la ingeniería son claves para la prosperidad, el triste rendimiento académico de la región es uno de los mayores obstáculos para el progreso económico.


La prueba PISA, un test estandarizado que fue tomado por más de medio millón de estudiantes en 70 países y ciudades importantes, es considerada como el principal medidor internacional de la educación. Mide las habilidades de los estudiantes en ciencia, matemáticas y comprensión de lectura.
En la prueba de Matemáticas, Singapur salió en primer lugar este año, seguido por Hong Kong, Macao, Taiwán y Japón.


Estados Unidos salió en un vergonzoso lugar número 40 en matemáticas, aunque le fue mejor en las pruebas de ciencia (25) y lectura (24.) La mayoría de los países latinoamericanos, con excepción de la Ciudad de Buenos Aires en la Argentina (42) y Chile (48), está cerca de los últimos lugares en matemáticas, incluyendo México (56), Colombia (61), Perú (62), Brasil (65) y la República Dominicana (70).
El 70% de los estudiantes en Brasil y el 91% en la República Dominicana carecen de destrezas básicas en matemáticas, según el estudio.


Lo que es aún peor, Cuba, Bolivia, Venezuela y Panamá ni siquiera tuvieron la valentía de participar en la prueba PISA, lo que genera dudas sobre sus estándares educativos. Cuba, en particular, se ufana de tener un buen sistema educativo, pero su falta de participación en la prueba PISA genera escepticismo sobre las estadísticas educativas de la isla.
No me sorprende que los países asiáticos hayan salido en los primeros puestos. Una de las cosas que más me impresionó en Singapur, China y otros países asiáticos que visité en años recientes es su obsesión nacional por la educación.
En Singapur y Pekín, visité los institutos privados nocturnos que enseñan matemáticas, ciencias e inglés, y me sorprendió verlos repletos de estudiantes hasta altas horas de la noche. A las 9 de la noche, vi a estudiantes sentados en sus pupitres con los mismos uniformes escolares con los que habían salido de sus casas a las 6:30 de la mañana.
Más aún: sus padres y sus abuelos estaban sentados en la parte de atrás del aula, matando el tiempo leyendo revistas, para luego llevarlos a sus casas. Una parte considerable de la población de estos países tiene una cultura familiar de educación: los padres y los abuelos invierten gran parte de su tiempo y dinero en la educación de sus hijos.
La principal ambición de muchos padres asiáticos es que sus hijos logren entrar en una buena universidad en los Estados Unidos o Gran Bretaña. No es sorprendente que más del 31% de los estudiantes extranjeros en las universidades estadounidenses sean de China, y que incluso pequeños países asiáticos como Vietnam y Taiwán tengan más estudiantes en las universidades estadounidenses que Brasil (1.9%) y México (1.6%), según el Instituto de Educación Internacional.
Es hora de que América latina ponga la educación de calidad -y no sólo la educación cuantitativa- en el centro de su agenda política.
Y es una tarea que no debe ser dejada únicamente a los gobiernos. Los empresarios, los dueños de los medios de comunicación y los académicos deberían, entre otras cosas, lanzar campañas mediáticas para crear una cultura familiar de obsesión por la educación, como lo están haciendo grupos como Todos Pela Educação en Brasil y Mexicanos Primero, en México.
Las pruebas PISA deberían ser una llamada de atención para América latina, y también para los Estados Unidos. A menos que mejoremos nuestro nivel académico, nos vamos a quedar cada vez más atrás.
La Nación, 13/12/2016

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