27 de maio de 2012

El neopopulismo latinoamericamo


Por:  20 de mayo de 2012

          El antecedente más próximo del neopopulismo actual en América Latina es la política de industrialización y sustitución de importaciones, según los diseños de Raúl Prebisch 

y la CEPAL (ECLA), generada sobre la base de la ideología de la dependencia en los años 50 y 60. Aunque en unos casos algunas de estas corrientes político-económicas coquetearon con el marxismo, lo cierto es que el grueso se mantuvo en los límites del reformismo ambicioso que no planeaba el cambio radical, sino la corrección de los excesos del capitalismo. Pero a medida que se aproximaba el final del siglo se detectaba en el continente la progresiva desaparición de los recursos económicos que habían cimentado un modesto estado de bienestar sujeto a las olas populistas.
          En el contexto del final de la Guerra Fría se produjo una importante crisis de las ideologías tradicionales, la progresiva ocupación de su espacio por el neoliberalismo y la puesta en práctica de las medidas del llamado Consenso de Washington, exigidas por Estados Unidos y los organismos internacionales, bajo la inspiración de la llamada Escuela de Chicago. El resultado fue un compuesto de liberalización, privatización, apertura de mercados, e insistencia en la primacía del libre mercado en los sistemas de integración subregional. La consecuencia fue, en lugar de filtrar los beneficios económicos hacia abajo (trickle down economics,expresión tan querida por Ronald Reagan), un aumento espectacular de los índices de pobreza, y sobretodo de la principal lacra de las sociedades latinoamericanas: la desigualdad. Además, todas las capas de la sociedad eran víctimas de unos indicadores de criminalidad insostenibles que daban la bienvenida a populistas autoritarios, con escaso respeto por la legalidad. 
    Teniendo en cuenta que esta injusticia atacaba más a los sectores históricamente marginados (indígenas, mujeres, infancia), nada tiene de extrañar que se desarrollara una nueva ola de neoindigenismo sobretodo en los países en que los descendientes de los pueblos precolombinos son mayoría. Aunque todavía se detectan los rescoldos del marxismo (el caso de Cuba debe ser considerado aparte) de miras universalistas, lo cierto es que el discurso neopopulista está también aderezado por un toque nacionalista, unido a una estrategia de integración subregional, de base ideológica más que geográfica, como es el caso notorio de la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA), de inspiración y control de Chávez.
    Pero quizá la dimensión que llama más la atención es que la toma del poder no se ejecuta en los años recientes mediante una estrategia violenta o subvertida del orden imperante, sino precisamente usando los mecanismos de la más ortodoxa  democracia liberal. En todos los actuales casos de dominio populista, los “balcones” de Velasco Ibarra parecen haberse transformado en las urnas, abiertas a unas elecciones certificadas como impecables por los observadores internacionales. Así se ha llegado a unos sistemas unipartidistas en Venezuela y Bolivia, con derrames en Ecuador y, según los últimos resultados electorales, en la propia Argentina.
    Definitivamente han desaparecido los partidos tradicionales, con su espacio engullido por el neopulismo, en sus diversas variantes, sea el llamado “Socialismo del Siglo XXI” (nunca explícitamente expuesto por Chávez) o el neoindigenismo autonomista del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia. El intento de la toma del poder en México por el reformado Partido de la Revolución Democrática (PRD) de Andrés Manuel López Obrador fue un toque de atención. Su triunfo hubiera representado el final del dominio del conservador Partido de Acción Nacional (PAN) que había arrebatado el poder al Partido Revolucionario Institucional (PRI), artífice  populista de la escena mexicana durante más de sesenta años, siempre con la connivencia de Estados Unidos.      
    Resultan especialmente significativos dos experimentos  o fenómenos de predominio conservador que hubieran podido consolidar una rama novedosa de populismo “de derecha”. El primero estuvo representado por el tenaz intento de Alvaro Uribe 
para ser reelegido por segunda vez en Colombia. Aunque acató la decisión de la Corte Constitucional (representante de “la élite”), se debe reconocer que su insistencia se vio respaldada popularmente por su política de enfrentamiento al terrorismo de la guerrilla, el narcotráfico y la criminalidad generalizada. El segundo pudo estar personificado por la conducta de Sebastián Piñera http://www.gobiernodechile.cl/presidente/ en Chile. Con su elección consiguió desbancar a la coalición entre socialistas y democristianos (desaparecidos del poder  en el resto del continente), un experimento novedoso y exitoso durante veinte años en América Latina. Recuérdese que el intento populista de ManuelZelaya en Honduras procedía del seno de su partido conservador. Mientras tanto, los socialdemócratas han ido desapareciendo del poder paulatinamente. Apenas se sostienen plenamente en Costa Rica y Perú, y están precariamente presentes en partidos tenuemente afines a la socialdemocracia en contados países (Guatemala, Paraguay).
    Finalmente, resulta significativo el hecho de que este nuevo fenómeno se ha producido en plena era de carencia de interés de Estados Unidos por América Latina. En contraste con otras épocas (Jacobo Arbenz en Guatemala, Salvador Allende en Chile), en las que imperó la urgencia para evitar que surgieran nuevas versiones de la Cuba castrista, se ha observado un nuevo ciclo de “desdén benigno” de Washington hacia el sur, que en cierta manera todavía dura. Con la excepción de la amenaza del narcotráfico y la inmigración descontrolada, el resto de la agenda latinoamericana en el nuevo siglo parece no incomodar en demasía a Estados Unidos, más allá del intercambio de acusaciones verbales con Venezuela y Cuba. Las trifulcas con respecto a la imposible participación de La Habana en la cumbre de Cartagena de Indias es un ejemplo. 
    En ese sentido, en el amplio bando populista latinoamericano sigue siendo eficaz el discurso anti-norteamericano, en el que Chávez parece ser la estrella, calificando al presidente Bush como “diablo” y causante de todos los males del continente. Esta actitud “antiyanqui” con perfil populista prueba su generalizada implantación en América Latina por la reciente constitución de una Comunidad de Estados  de América Latina y el Caribe, nuevo entramado hemisférico, un sustituto de OEA sin Estados Unidos y Canadá. Teniendo en cuenta que el proyecto fue patrocinado por el conservador presidente mexicano Felipe Calderón, fue fundado en su propia Playa del Carmen del litoral de Yucatán, y fue refrendado por el resto de gobiernos centristas y conservadores, se  puede llegar a la conclusión de que Perón tenía razón: todos son populistas.
    Curiosamente, el populismo latinoamericano parece estar ahora acompañado por una peculiar versión norteamericana. El primer capitulo lo ejecutó el Tea Partyque casi capturó al Partido Republicano, pero el desastre de Sarah Palin 
lo debilitaron tremendamente. En el primer capítulo de la campaña para la elección de 2012, todos los contrincantes de Obama compitieron en gestos populistas. No se sabe qué uso va a hacer Mitt Romney de esa estrategia, ya que se deberá tener cuidado en moderarse para captar el apoyo del centro. Al otro lado del océano, la preocupante conducta populista en países clave, como Francia bajo Sarkozy, es un toque de aliento para los latinoamericanos. Pero habrá que ver qué hacen ahora los que sigan la estela de Hollande en otros países. De cundir el ejemplo en Europa y Estados Unidos, Perón podrá haber hecho realidad su sueño de que “todos son peronistas”, capturando los extremos y el centro del abanico ideológico.

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