28 de junho de 2011

Juventud sacrificada, juventud indignada


Monique Dagnaud es una socióloga y ensayista francesa, directora de Investigación en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS, por sus siglas en francés)


El movimiento de los Indignados en Grecia, en España y en Portugal es el resultado de un decenio de impericias de los dirigentes de Europa del Sur frente a las generaciones emergentes. ¿Han sido medidas las consecuencias sociales de semejante abandono de la juventud? Aparentemente no.

Allí, más que en otras partes de Europa, las nuevas generaciones han sido sacrificadas frente a las dificultades económicas nacidas de la crisis financieray, ahora, de las políticas de austeridad -necesarias por las deudas y déficits acumulados. Este problema fue por largo tiempo callado y ocultado. Una costumbre cultural de los países de Europa del sur, que quiere que los hijos, sobre todo si son estudiantes, permanezcan largo tiempo en el hogar familiar -frecuentemente hasta el momento en que van, a su vez, a fundar una nueva familia- ha amortiguado sin duda los efectos del desempleo en los jóvenes.

También da la sensación de que los poderes públicos no tenían mucho de qué inquietarse. Después de todo, estos post-adolescentes seguían al cuidado y protegidos bajo el techo del pater familias. Sin embargo, por contar demasiado con esta nidificación a largo plazo, los gobiernos probablemente crearon una bomba de tiempo: hoy, son los jóvenes y sus padres, todos juntos, los que se rebelan y se alzan contra la pasividad de los poderes públicos.

A los 30, en el cuarto infantil

¿Qué sentir, en efecto, cuando la sociedad, por falta de perspectivas económicas, fuerza a sus jóvenes a permanecer como eternos Tanguy (1), condenados a ser "los hijos de papá" para (casi) toda la vida? Los encantos de la adolescencia prolongada y de la irresponsabilidad se erosionan rápidamente en una época en la cual los valores de autonomía y de individuación son exaltados unánimemente, en la cual todos son invitados, a través de modelos ofrecidos por el entorno educativo y las industrias de la imagen, a construir su destino.

Despertarse a los 30 años en el propio cuarto infantil es más una pesadilla que la delicia de una regresión.

Ese sentimiento de "no futuro" acosa a buena parte de los jóvenes adultos en estos países. Para mostrar el alcance del desastre, nos focalizaremos en la franja de 25-35 años; en efecto, en Europa, los 25 años marcan el umbral para la salida de los jóvenes de la dependencia familiar. ¿Qué pasa con los treintañeros del sur?

Desfasados del promedio europeo (46% en 2008, según Eurostat), más de la mitad de los jóvenes de 18 a 34 años de Grecia, España, Portugal e Italia residen aún en la casa de sus padres. Y esta permanencia en el domicilio parental es netamente más marcada que en otras partes para los que están estudiando: 73% en Italia, 64% en España, 55% en Portugal, contra menos de 20% en los países de Europa del Norte. En el caso de los que no estudian, la permanencia en el hogar paterno se debe frecuentemente a motivos económicos -desocupación o empleo precario- y no a una elección.

La suerte deparada a los jóvenes españoles ilustra estas dificultades de inserción. En el primer trimestre 2011, según el Instituto Español de Estadística, cerca de un millón de las personas en la franja 24-35 años no trabaja ni estudia, 4,74 millones de ellos tienen trabajo, pero para una mayoría se trata de un empleo precario -en contraste con el 20% de precarización en la misma franja etaria en Europa, según Eurostat 2009.

Muchos jóvenes españoles inician estudios a una edad tardía (25% de los varones que están en primer año de una carrera universitaria tienen más de 25 años, segúnEurostudents 2005-2008) esperando mejorar así su chance de acceder a un empleo. Debido a esto, el anclaje en el domicilio familiar no hace sino prolongarse y, finalmente, se deja el hogar paterno a una edad más tardía que antaño.

Una débil natalidad

Un 50% de los de 25-29 vivía en casa de sus padres en 1987; esa cifra subió a 67% en 2002. Esta evolución acompaña también la de la edad del casamiento: la edad promedio del casamiento para los hombres pasó de 27 años en 1975 a 35 años en 2010 (32 años para las mujeres), y las dificultades señaladas para "independizarse" y creer en el futuro explican también, por un lado, la caída de la fecundidad: 1,4 niños por mujer, una de las más bajas tasas de Europa. En definitiva, ese país concentra una fuerte proporción de jóvenes adultos que llegan a la treintena sin haber encontrado lugar en la sociedad, o en estado de extrema precariedad. Esta "fragilización", esta entrada a desgano en el estatus de adulto, concierne también a Grecia, Protugal y, en menor medida, a Italia.

A los problemas de inserción se agrega, en estos países del sur, una "anomalía" (respecto al resto de los países europeos): aquí, los diplomas superiores están devaluados o no tienen ninguna utilidad para encontrar un empleo. Como el resto de Europa, estos cuatro países han apuntado a la educación superior: en Grecia, en la franja etaria de 25-34 años, hay un 28% de graduados universitarios; en España un 39%, en Portugal un 23% y en Italia un 20% (estadísticas de la OCDE 2008).

Ahora bien, en estos países, con la excepción de España, los jóvenes diplomados tienen más dificultades para encontrar un empleo que los autodidactas. En Grecia, por ejemplo, en 2008, el desempleo entre los jóvenes de 25-29 años era de 13% en el caso de los universitarios, una cifra superior a la de los que tenían un nivel de formación inferior al bachillerato (según cifras de la OCDE).

Rebeliones lógicas

En Italia, en 2008, la tasa de desempleo de los jóvenes de 25 a 29 era de 13% para los universitarios y de 9,3% para los que sólo tenían un diploma de bachillerato. En ese país, por otra parte, las dificultades de insersión están localizadas geográficamente. La situación del Mezzogiorno es impactante: 26% de desocupación entre los que poseen un título universitario en la franja 25-29 años (16% para los secundarios) contra 6,8% en la región norte (8,9% entre los de nivel secundario).

Y aunque la tasa de desempleo de los de 30-35 años es menor, sigue siendo importante para los habitantes del Mezzogiorno, diplomados o no. La disparidad entre el Norte y el Sur explica, entre otras causas, que Italia no tenga, por el momento, olas de indignados.

Frente a tantas vejaciones, ¿qué hacen los treintañeros de esos países? Eventualmente intentan partir, en particular para instalarse en las sociedades europeas del norte. Matan el aburrimiento, viven de pequeños trabajos y se apoyan entre sí, esperando días mejores. Es de ese sentimiento de generación sacrificadaque surgen las rebeliones contra la Troika (el FMI, la Unión Europea y el Banco Central Europeo) y más ampliamente contra todos los dirigentes. El futuro político en esos países es incierto.

Las mayorías parlamentarias de España e Italia podrían ser derrotadas en los próximos años y Portugal vio a la derecha regresar en las legislativas del 5 de junio pasado, mientras que los socialistas están al filo de la navaja por el momento en Grecia. Si ese movimiento de protesta que se eleva contra las élites perdura, si genera una verdadera explosión social, será llevado por estos jóvenes adultos desilusionados y en nombre de ellos. Treinta años es, en los países avanzados, una edad fatídica: un momento en el cual los destinos sociales y la vida personal se dibujan con cierta claridad. Un momento en el que se desea estar viviendo plenamente la propia vida.


[1] En referencia a una comedia satírica con ese nombre sobre un joven adulto que se resiste a abandonar el hogar de sus padre

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