10 de agosto de 2010

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Comunidad

Opinión

Por Bernardo Kliksberg
Para LA NACION


Sábado 7 de agosto de 2010 | Publicado en edición impresa

José Antonio Abreu, insigne músico venezolano, ganó el Premio Príncipe de Asturias 2008. En 1975 comenzó a formar orquestas sinfónicas juveniles con los niños más pobres de Venezuela. Transformó las vidas de más de 100.000 niños. Sus orquestas han recorrido el mundo, y uno de los chicos que formó, Gustavo Dudamel, dirige la Orquesta Filarmónica de los Angeles, y la ciudad pidió reproducir la experiencia. Dice Abreu que los jóvenes pobres aprendieron en las orquestas música, pero además trabajo en equipo, disciplina, cooperación y, sobre todo, recuperaron su dignidad. Están en marcha en otros países de la región experiencias sociales similares con música, coros populares, teatros y talleres literarios.

En Brasil, la Unesco, dirigida por Jorge Werthein, concibió el exitoso programa de Escuelas Abiertas, convertido en política pública. Las escuelas de algunas de las zonas más pobres y con más delito se abrieron los fines de semana y ofrecieron a los jóvenes aprender danza, teatro, ballet y otras expresiones culturales. Esto llevó a una baja de la criminalidad en la escuela y la comunidad.

En nuestro país, la introducción en diversas villas de murgas para los jóvenes, ballets folklóricos y su encuentro con prestigiosos creadores culturales tuvieron efectos de gran positividad.

Dignidad y cultura están muy ligadas en las comunidades pobres. Se suele desvalorizar su cultura, inferiorizarla hasta ridiculizarla. Con eso se mina su autoestima y su identidad.

Como plantea la Unesco, la cultura es nada menos que "la manera de vivir junto...; engloba valores, percepciones, imágenes, formas de expresión y de comunicación, y muchísimos aspectos que definen la identidad de las personas y las naciones". Previene: "Para los pobres los valores propios son frecuentemente lo único que pueden afirmar".

En América latina, con 190 millones de pobres, y un 20% de jóvenes excluidos, la cultura y el arte, que son un fin en sí mismo, pueden a su vez ser vías fecundas para la integración social de los marginados, el redescubrimiento de los potenciales creativos de los jóvenes humildes, para la reconstrucción de la autoestima comunitaria, y pueden educar en valores.

Desestimar con cálculos economicistas estrechos, como suele suceder con frecuencia, la inversión en arte y cultura para las comunidades desfavorecidas de la región es dejar de potenciar una gran posibilidad para empoderarlas productiva, social y humanamente. Marginar el tema es hacer caso omiso de la advertencia magistral de El Principito: Lo esencial es invisible a los ojos.

El autor escribió junto con el Nobel Amartya Sen el libro Primero la gente

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1291693

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